Es más fácil dirigir con un cierto grado de pesimismo.
¿Por qué? Porque ante la incertidumbre y la volatilidad es natural prepararse (y preparar a equipos y accionistas) para lo peor. Y, de primeras, puede parecer lo más sensato para mitigar riesgos y no crear falsas expectativas. Además, es más cómodo.
Pero, la realidad es que el pesimismo por defecto en el estilo de management puede limitar la capacidad de aprendizaje de la compañía.
¿Sabes? Ser un directivo optimista es más difícil. Porque, si no sale bien, las consecuencias requieren mucho más esfuerzo. El esfuerzo de dar la cara (show up) pero también el esfuerzo de reflexión, de análisis y de humildad.
Presentas escenario pesimista y, si luego sale bien, te das por satisfecho/a (y probablemente no dediques el tiempo suficiente en analizar y llegar a conclusiones que serían de máxima utilidad).
La toma de decisiones estratégicas y la fijación de objetivos son cruciales en el camino hacia el éxito. Por eso es importante saber cómo se fijan.
Sin perder de vista la realidad más objetiva – o como decimos: sin dejar de estar preparados para todos los escenarios posibles – en Pitaya somos partidarios de dirigir (y, si me apuras, vivir) a máximos, por un lado, porque el mindset que se genera en una compañía que va a por todas es de máximo potencial y, por otro lado, porque en el caso de que no se cumplan las expectativas, se brinda una amplia oportunidad aprender y reenfocar.
Aunque ojo que, de los logros, también se aprende.
Ser optimista es de top performer. También lo es potenciar la compañía de manera continua. ¿Sumamos?
– Verónica Ferrer Moregó, Partner & Directora de Estrategia en Pitaya.