Navidad de 1831. Inglaterra.
El joven chaval partía en el Beagle. El Beagle era un barco atracado en el muelle de Playmouth.
Partía el joven: huía de una aburrida vida de clérigo que su familia le tenía preparada. La Inglaterra de inicio del siglo XIX no era para nada un lugar de libertad social y de pensamiento. En el momento que zarpaba el barco en ese país aún existía la esclavitud y la época victoriana llegaba pisando fuerte con su llamada «doble moral». Así lo cuenta Helena González Burón, licenciada en Biología y doctora en Biomedicina.
Charlie, nuestro joven, era un apasionado estudiante de ciencias naturales. El Beagle iba camino a la aventura. Hasta la Patagonia y, principalmente, hasta las islas Galápagos.
Sí, el joven Charlie era Charles Darwin. En su estancia observaba, tomaba notas, comparaba, investigaba sobre los pinzones o las tortugas gigantes de las islas. Pues fue en ese viaje que empezó a concebir y desarrollar una idea que se consideró uno de los mayores descubrimientos de la historia: la selección natural y la Teoría de la Evolución.
Estos conceptos desmontaron de un plumazo la creencia establecida hasta entonces de que las especies eran inmutables. Nadie daba crédito a sus afirmaciones y más, en el contexto de la época, ya que esto ponía en entredicho las creencias atávicas y las teorías creacionistas.
Si volvemos a los negocios, las ideas de Darwin son un claro ejemplo de disrupción (que no de innovación). Como sabes en la disrupción lo nuevo, de ser válido o aceptado, deja obsoleto los modelos anteriores.
Y por otro lado, una se pregunta ¿qué hubiera sucedido si Charles no hubiera tenido el valor de subir a ese barco? ¿Existen Charles en nuestras empresas y vidas que, de tener el valor para explotar su potencial, podrían transformar el mundo? ¿Hay un Charles en cada uno de nosotros?
Dice Fernando Flores: «Las personas que no temen ser grandes son las realizan un gran trabajo»
Navidad de 1831. Inglaterra. Un espíritu joven partía en el Beagle.
– Verónica Ferrer, CEO en Pitaya Business